La mayoría de nosotros hemos oído hablar alguna vez de la “zona de confort”. Comúnmente se entiende cómo aquel lugar dónde una persona se encuentra a gusto y consecuentemente prefiere permanecer en ella y no abandonarla. Nada más lejos de la realidad, en esta mal llamada “zona de confort” la persona mantiene un malestar de baja intensidad continuado sin embargo prefiere quedarse en él por miedo a lo desconocido, a lo que pueda encontrar fuera de dicha zona. En este sentido podríamos hablar de “zona de lo de siempre” o “zona de lo ya conocido”.
Salvando la distancia con las personas es, de alguna manera, lo que les sucede a algunos animales que llevan mucho tiempo encerrados y de repente les abren la puerta de su prisión. Vemos cómo permanecen en la jaula sin salir, como dudan durante algún tiempo antes de atreverse a poner una pata fuera de ella. Dentro se sienten seguros, alejados de cualquier peligro del exterior aunque no son capaces de disfrutar de su cautiverio y los vemos continuamente tristes y abatidos mientras sus congéneres en el exterior gozan de la libertad.
Consecuentemente no se trata de empujar al “comodón”, sino de entenderlo y ofrecerle el apoyo que necesite para que cuando se sienta un poco más seguro pueda atreverse a salir a la “zona todavía desconocida” y correr el riesgo de aventurarse en lo nuevo y diferente donde llevar una vida más plena.
Josep Fornas, psicólogo en Vinaròs