Las creencias y expectativas de una o varias personas con respecto a otra influyen en esta última de forma que pueden llegar a resultar determinantes, tanto si estas van en el sentido de su desarrollo como si no. Una persona a base de oír que no es capaz de hacer algo puede terminar creyendo en su incapacidad y asumir esta impotencia como una realidad. Por el contrario, cuando alguien confía en nosotros y es capaz de transmitirnos esa confianza nos ayuda a creer en nosotros mismos y a que desarrollemos nuestras propias capacidades.
Fácil que hayamos escuchado estas u otras frases parecidas; “inteligente sí que es, lo que pasa es que es un vago”, “es un buen chico, pero no vale para estudiar”, “si él quisiera...”. Frases que a base de ser repetidas acaban convirtiéndose en “sé hacerlo, pero es que soy un vago” (y nunca tiene ganas de hacer nada), “yo es que no valgo para estudiar” (y no estudia, aunque le gustaría), “si quisiera podría” (no hace algo porque está convencido de que no quiere, aunque no sabe muy bien porqué). Es decir “la sentencia” (etiqueta de vago, tonto, desmotivado) se convierte en una limitación que ahora existe en el pensamiento de esta persona que acaba de esta manera confirmándola.
Salvando las distancias esto sucede de forma similar en los animales cuando se les coloca un alambre electrificado formando una cerca, tras una o dos descargas ya no se acercan a él, aunque este ya no conduzca electricidad. El límite ahora lo han interiorizado. En ambos casos se ha producido un aprendizaje, uno mediante las primeras experiencias desagradables del calambrazo y el otro a través de una sentencia repetida formulada por los demás.
Por otro lado, creer que uno es capaz de hacer algo no es suficiente, también hace falta ponerse a ello y esforzarse para conseguirlo. Y ciertamente estar convencidos de que trabajando en ello seremos capaces de lograrlo nos sitúa en una posición mucho mejor para conseguirlo.
En el mismo sentido podemos hablar del “efecto placebo” en que el doliente cree firmemente en los dictámenes del que considera “persona sabia". El conjuro del brujo, la bendición del obispo o la pastilla inocua que le recta el médico van a sanarlo, lo que muchas veces hace que se produzca alguna mejoría.
Así mismo existe una predisposición a tratar a alguien influidos por lo que nos han contado sobre él, prejuicio (juicio previo) que influye en nuestro comportamiento sobre esa persona antes incluso de conocerla. Sin embargo, resulta mucho más saludable hacernos nuestra propia idea sobre un otro por la relación que tengamos con él y no por lo que hayamos escuchado sobre el mismo.
No se trata de cambiar etiquetas como “vago”, “tonto” o “desmotivado” por otras como “hacendoso”, “listo” o “motivado” que pueden derivar en exigencia y culpabilidad. Ejemplo: “soy listo y no he sabido hacerlo, la culpa es mía por no hacerlo suficientemente bien”. Se trata de confiar en el otro y saber transmitirle dicha confianza: “si te pones a ello puedes conseguirlo”, “parece que aún no has logrado descubrir cómo hacerlo, seguro que eres capaz de buscar otras alternativas para lograrlo”. “Prueba a hacerlo por ti mismo y si necesitas ayuda no dudes en pedirla” (nadie nace enseñado).
A tener en cuenta que:
- Los niños son más sensibles a este tipo de dictámenes.
- Uno está mayormente influenciado por aquellas personas más significativas para él.
- Cuanta más gente comparta una etiqueta sobre una persona, mayor será su poder.
Vista la importancia que tienen nuestras creencias, en concreto sobre los demás y sobre nosotros mismos, no está de más que nos planteemos hasta qué punto una creencia concreta es nuestra (la compartamos o no con otros).
Josep Fornas, psicólogo en Vinaròs